—Cariño, estoy en —
comenta mi esposo tras cerrar la puerta.
—¡Me estoy duchando!—
respondo.
Abro el grifo y cae
agua tibia sobre mi piel, tuve un largo día y quiero concentrarme en esta
agradable sensación. Estoy ensimismada en mis pensamientos, y un ruido me saca
de ellos.
—No empieces sin mí— entra
sin avisar al baño y me besa apasionadamente, sus labios calientes aprisionan
los míos. A partir de ese momento no decimos ni media palabra, dejo que mis
manos le expliquen cuánto lo deseo.
Besa mis pechos y mi
piel se eriza al instante, mientras froto su pene. Gime suavemente y eso me
invita a seguir. Lo pongo en mi boca, succiono sutilmente y noto cómo se erecta.
Toma mi cabello y me jala atrás, adelante, atrás, adelante…
Pasa su lengua por mi
vagina, él sabe que es mi debilidad, le pido que vaya más rápido mientras me
sumerjo en mis sentidos, arqueo mi espalda para recibir todo el placer. Me
siento tan húmeda, y no precisamente por el agua.
Me pega contra la pared
y me penetra con delicadeza, emito un pequeño gemido, pero no le parece
suficiente, así que me penetra deprisa. Es una sensación tan deliciosa, que me
muerdo el labio para no gritar.
—Gime— me pide.
No aguanto más y de mi
garganta sale un gruñido profundo. Clavo mis uñas en sus brazos y le imploro
que no se detenga.
Tiene un ritmo
frenético, apenas puedo respirar y escucho con dificultad:
—¡Me vengo!
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