martes, 11 de marzo de 2014

Las posibilidades de una ducha

Cariño, estoy en comenta mi esposo tras cerrar la puerta.
¡Me estoy duchando! respondo.
Abro el grifo y cae agua tibia sobre mi piel, tuve un largo día y quiero concentrarme en esta agradable sensación. Estoy ensimismada en mis pensamientos, y un ruido me saca de ellos.
No empieces sin mí entra sin avisar al baño y me besa apasionadamente, sus labios calientes aprisionan los míos. A partir de ese momento no decimos ni media palabra, dejo que mis manos le expliquen cuánto lo deseo.
Besa mis pechos y mi piel se eriza al instante, mientras froto su pene. Gime suavemente y eso me invita a seguir. Lo pongo en mi boca, succiono sutilmente y noto cómo se erecta. Toma mi cabello y me jala atrás, adelante, atrás, adelante…
Pasa su lengua por mi vagina, él sabe que es mi debilidad, le pido que vaya más rápido mientras me sumerjo en mis sentidos, arqueo mi espalda para recibir todo el placer. Me siento tan húmeda, y no precisamente por el agua.
Me pega contra la pared y me penetra con delicadeza, emito un pequeño gemido, pero no le parece suficiente, así que me penetra deprisa. Es una sensación tan deliciosa, que me muerdo el labio para no gritar.
Gime me pide.
No aguanto más y de mi garganta sale un gruñido profundo. Clavo mis uñas en sus brazos y le imploro que no se detenga.
Tiene un ritmo frenético, apenas puedo respirar y escucho con dificultad:
¡Me vengo!


Siento su semen saliendo dentro de mí y mi esposo se desploma en mi hombro, y mi orgasmo aún recorre mis piernas. 

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