Cuando te vi, jamás se me cruzó por la mente que te irías sin anunciarlo. Tomaste tus cosas y estuviste a punto de irte, pero me aferré a tu brazo como última esperanza de estar juntos. Vi unas lágrimas caer por tus mejillas, mientras, avergonzado, escondías tu rostro. Mi voz se apagaba con cada súplica.
-"Por favor, quédate".
Te pedí perdón tantas veces que perdí la cuenta, estabas decidido a marcharte, pero ambos sabíamos que, en cuanto salieras por aquella puerta, algo en nuestra relación se rompería, no volvería a ser la misma. Besé con pasión tus labios, una y otra vez hasta cansarme. Me abrazaste y sentí que todo estaría bien. Supe desde un principio que había cometido un error estúpido, que casi nos costaba el noviazgo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario